Es necesario reflexionar sobre lo que es sano para los niños, niñas y adolescentes. Hemos normalizado prácticas que van en contra de su desarrollo y de lo que significa criar y educar de una manera respetuosa, armónica y a partir de las verdaderas necesidades de los niños. En pocas palabras, en contra de su salud mental.
La corteza prefrontal del cerebro es donde se encuentra nuestra capacidad para regular, anticipar, planear (entre muchas otras funciones)… y no termina de madurar hasta después de que la persona tiene 20 años. De hecho, los nuevos estudios en neurociencias sugieren que podría ser hasta los treinta o más.
De manera que un niño, niña o adolescente simplemente no es capaz de calmarse solo o sola. Primero necesita que su corteza prefrontal madure, o bien que un adulto funja como su corteza prefrontal, ayudándole a manejar su desregulación y a entrenar algunas habilidades de autorregulación, hasta donde su madurez se lo permita.
No es fácil asumir ese rol. Como papá o mamá, habrá veces en que lo logres y otras en la que no y eso haga que experimentes grandes dosis de frustración.
Reconocer que no es una tarea sencilla no solo es sano, sino un acto de amor, ya que te permitirá hacerte responsable, entrenar tu tolerancia, aprender nuevas maneras de actuar, pedir ayuda, sintonizar con las necesidades emocionales de tu hijo (igual aplica para maestros con sus alumnos).
Lo que no es sano es pensar que un niño debe (y es capaz de) calmarse solo. Al hacerlo, estamos depositando en él una responsabilidad que no le corresponde.
Imagina el siguiente escenario: una amiga te busca para contarte que se siente muy triste o muy enojada y no puede parar de llorar, es decir, te busca desregulada, ¿tú qué haces?
La escuchas amorosa y respetuosamente, la ves a los ojos, la haces sentir que estás con ella abrazándola o posando tu mano sobre su hombro. De una y otra forma, le haces saber que validas lo que está sintiendo. La acompañas pacientemente mientras se tranquiliza, la ayudas a buscar soluciones, le ofreces cualquier tipo de ayuda que necesite. Le dejas claro que cuenta contigo. Ahora piensa: ¿qué haces cuando tu hijo se desregula? ¿El trato que le das se parece al que le das a tu amiga en una situación similar?
Nadie aprende a regularse sin antes haberse desregulado, como nadie puede levantarse sin antes haber caído, ni se es más tolerante sin antes experimentar altas dosis de frustración.
Así que… me avisas cuando te calmes y estés listo lista para aprender a sintonizar con las necesidades de tu hijo o alumno.